jueves, 3 de abril de 2008

Xalapa, la ciudad del eterno aplazado

Por Vidal Elías ©

1. Reflexión inicial

Estas líneas, son producto de diversas reflexiones que a través de más de siete años he compartido en el foro del Ágora de la Ciudad de Xalapa; reflexiones a las que no he encontrado respuesta convincente. Durante ese tiempo, hemos transitado de la historia e historiografía desde el siglo XVIII y las pláticas coloquiales, introspectivas y reflexivas, hasta exponer mi tesis sobre si Xalapa es la Atenas Veracruzana, la ciudad de las flores o simple y llanamente una aldea remozada.

Conforme el tiempo ha pasado, no únicamente he encontrado la confirmación a lo anterior, creo ahora, tener los elementos necesarios para concluir que Xalapa no es únicamente una aldea remozada, sino que es además la ciudad del eterno aplazado.

Cuando nos enfrascamos en la discusión sobre Xalapa, nuestra percepción de la ciudad tiende a no ser objetiva, ya que la excitación y fascinación sobre ella nos agota y enfrenta; con todo y a pesar de esa fascinación, no alcanzamos a definir las múltiples dimensiones espaciales ni las temporalidades de la ciudad que en un ciclo constante hemos aplazado - derruido - aplazado - derruido.

Así, hemos erigido multitud de pasiones en torno al ambiente urbano que nos rodea, y esto, es deificar a Xalapa, perdiendo de vista las consecuencias de la recurrente equívoca administración de la ciudad, lo que ha generado que Xalapa sea la ciudad del eterno aplazado.

He comentado en diferentes foros, que los xalapeños crecimos con el decreto público y el símbolo acreditado de que la ciudad por su cultura, era una ciudad selecta y símil de la Atenas Homérica y que, por lo exuberante y siempre verde, no tenía análogo; la percepción romántica del chipi-chipi (*), tardes y noches impregnadas de azahar y la neblina invadían no solamente a nuestras calles, sino que daban grafía a nuestra idiosincrasia.

De igual forma, en algún momento comenté, que era la época en que todos nos conocíamos y, si bien es evidente que cuando una ciudad crece eso es casi imposible, lo cierto también, es que ahora no únicamente no nos conocemos, sino que, al desconocernos y excluirnos como colectivo, omitimos cualquier posibilidad de desarrollo armónico, si no dado por lo solidario, que sería lo ideal, sí al menos sobre la base del interés común de que vivimos, producimos, creamos, amamos, trabajamos, luchamos, anhelamos y, sin duda, algunos elegiremos morir aquí.

2. Metamorfosis citadina o la ciudad como escenario

Enfatizo en estas líneas, lo que de forma habitual y simple soslayamos en la geografía y temporalidad urbanas, nuestra cotidianeidad, mediante la cual mereceríamos aprehender el concepto de la ciudad como escenario. Me refiero a la ciudad de a diario, esa que no tiene retoques ni maquillajes, en la que a través de las artes plásticas, del teatro, la música, la ciencia y literatura, en síntesis, de la cultura y conocimiento que generamos, nos apropiemos del espacio público, de tal forma, que ese conocimiento se deje en la calle, en la plaza, en los parques, en los jardines, ahí, en donde el cruce de sentidos -en ocasiones sin sentidos o contrasentidos- nos deja una marca de agua indeleble como homo urbano en eterno conflicto existencial por unir la racionalidad y la lógica económica y social de la ciudad, en la cual no dejamos de rumiar la subsistencia y malaventura.

Es en este punto en donde me surge la idea de la ciudad como escenario, es decir, la ciudad como una totalidad en la que no forzosamente se desarrolla una uniformidad de funciones o roles sociales, pero en donde al menos, sí deberíamos actuar en cuanto a nuestros objetivos como colectivo inmerso en un espacio de por si acotado y determinante de nuestras aspiraciones y, sin ser contradictorio, ese espacio para el colectivo destacaría a su vez las necesidades del individuo, del yo, de un yo urbano, encasillado y estresado, acotado y enajenado, que en una transformación del sujeto se adueña de la ciudad y se conjuga en una especie de religue con los demás individuos que se concentran en un mismo dominio llamado Xalapa.

Para lograr cualquiera de las conjeturas anteriores, es fundamental que los diversos grupos que conforman el colectivo -¿sociedad?-, logremos un tránsito, mediante el cual, como dice Sartre, pasemos de ser una clase social en sí (estado latente), hacia una clase social para sí (cuando se logra comprender y tomar conciencia de la situación).

Será en este estadio cuando recuperaremos el estado de pertenencia que hemos extraviado, me refiero a aquel que surgía de mi casa y se extrapolaba a mi calle, mi barrio, mi ciudad y, al prácticamente no poseer ya ninguna de estas dimensiones de afinidad, hemos despojado a la ciudad de sus territorialidades y, a nosotros, de nuestras identidades.

3. El eterno aplazado

Más allá de pretender un análisis filosófico de nuestra situación, creo que gran parte del problema se debe a que hemos dejado de andar la ciudad; caminar nuestro entorno, permite penetrar en sus realidades, o en su realidad con sus diversas facetas; los barrios son como caleidoscopios, cada calle, cada cuadra, cada manzana son a la vez reflejo de otras calles, cuadras y manzanas -en ocasiones cual efecto de espejo-, pero en esencia, son diferentes y opuestas, porque son habitadas por seres humanos y así, existen tantas interpretaciones de lo cotidiano como rumbos de la ciudad hay.

Caminar la ciudad, era como narra Fabio Murrieta... "cuando la distancia deja de ser un fin, caminar se convierte en un aprendizaje. Andar una ciudad, es desandarla, deconstruirla y mirarla hasta que ceda sus misterios. El tiempo se percibe en ella visualmente. De calle en calle, de torre en campanario o, según los conjuntos que, en cuanto a su arquitectura, se vayan formando al paso"...

Pasado el tiempo y parafraseando a Alejo Carpentier, Xalapa me parece ahora en gran medida, la ciudad de lo inacabable, de lo cojo, de lo asimétrico, de lo abandonado. Que baste recordar que los problemas de los cuales nos quejamos hoy día en el Siglo XXI, ya habían sido discutidos y publicados desde hace 401 años.

Es en este punto en que es relevante transcribir lo que Constantino Cavafis, poeta nacido en Alejandría (1863 - 1933), escribió con gran profundidad y un dejo de adversidad y realidad irrenunciable en su poema La Ciudad:

Dices: "Iré a otra tierra, hacia otro mar / y una ciudad mejor con certeza hallaré / Pues cada esfuerzo mío aquí está condenado / Y muere mi corazón / lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez / Donde vuelvo los ojos sólo veo / las oscuras ruinas de mi vida / y los muchos años que aquí pasé o destruí"

(Pero) "No encontrarás otro país ni otras playas / llevarás por doquier y a cuestas tu ciudad / caminarás las mismas calles / envejecerás en los mismos suburbios / encanecerás en las mismas casas / Siempre llegarás a esa ciudad / no esperes otra / no hay barco ni camino para ti / Al arruinar tu vida en esta parte de la tierra / la has destrozado en todo el universo"

Y yo creo, que esa es la ciudad ya aciaga o ecuménica que nos acompaña por siempre y a todas partes, de la que aún estando fuera no nos deja y termina usurpando a nuestra sombra transfigurándose en algo onírico, como las ciudades y sueños a los que hace referencia Ítalo Calvino cuando nos dice: las ciudades como los sueños, están construidos de miedos y de deseos...

Y esa dicotomía de miedos y de deseos que es la ciudad, señala los momentos de fuga hacia la transformación de los primeros en dudas y los segundos en aspiraciones. Esa es Xalapa, una mezcla inestable de dudas y aspiraciones, que nos ha arrastrado a ser la ciudad de lo inacabado, una ciudad coja, asimétrica, de paso, inconstante, en suma, la ciudad del eterno aplazado.

Regularmente, tanto las autoridades como los ciudadanos perdemos de vista la simbiosis que la ciudad y sus moradores formamos. No recapacitamos sobre la influencia que el espacio que habitamos y construimos como ciudad ejerce sobre nosotros sus moradores y, en contrapuesto, la devastamos y reconstruimos, bajo la premisa de una modernidad torpemente asumida y pretenciosa, sin determinar cuáles son las fuerzas dominantes de la ciudad ni los puntos de fuga que ha generado el fatigoso antagonismo ciudad - colectivo - autoridades - colectivo - ciudad.

Despojándome del amor desmedido que tengo por Xalapa, en ocasiones esta ciudad pareciera ser un triste perro olvidado, sin dueño, sin aliento, sin hogar. Es doloroso pensar que la ciudad en el concepto de nuestra casa extendida, necesita a su vez de un hogar que constantemente le ha sido arrebatado. Pero debemos ser también críticos y reconocer, que la ciudad como producto de nuestros antagonismos e indecisiones, ha estado ajena al desarrollo de sus habitantes y, como apunta Arturo González Cosío, la ciudad al abandonar a sus residentes se abandona a sí misma y nos convierte en desconocidos.

Dado que ningún problema tan esencial a la ciudad tiene que ver como el de su deterioro, propongo que en una tarea de retrospección fuera de todo resabio idílico, armemos como en un logogrifo o acertijo todas nuestras circunstancias, sin desarticular la imagen de la ciudad y el valor simbólico de sus mitos y narraciones, adversidades, miedos y deseos, sueños y realidades esto sería, retomando a mi querido y eterno maestro Arturo González Cosío, "pasar de lo cotidiano que es el horizonte de lo efímero al horizonte de lo duradero", y quizás así, dejaríamos de ser la ciudad del eterno aplazado.

Quod scripsi, scripsi...

(*) Chipi-chipi: llovizna ligera que aparentemente no moja pero que deja totalmente empapado al ingenuo que no se cubre de ella; se le conoce también como lluvia moja - tontos y en otras latitudes le nombran cernidillo.

No hay comentarios: